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Filosofía de la redención: entropía y suicidio en el seno del pesimismo filosófico

Que los fenómenos universales tengan una tendencia hacia un estado de mayor probabilidad (o mayor caos, como se explicaría cotidianamente), es algo que nos explica la Segunda Ley de la Termodinámica. Se fundamenta en que todos los cuerpos o sistemas se ven favorecidos en condiciones de menor entalpía y mayor entropía. Es una tendencia que encuentra explicación dentro de la física.

Sin embargo, en pleno siglo XIX, cuando físicos como Carnot, Boltzmann, Thomson, etcétera, fundamentaban las leyes de la termodinámica mientras "adiestraban" el calor, Mainländer, por otro lado, se acercaba al concepto de entropía desde una perspectiva filosófica y ontológica, pero no física, aunque encontró fenómenos en el mundo físico (de los gases, particularmente) que ayudaron a sustentar su pensamiento.  

Si desde la física se nos dice que la entropía del universo es siempre positiva —o aumenta—, es debido a condiciones energéticas que "quieren" alcanzar los sistemas por cuestiones de estabilidad; pero desde la filosofía, Mainländer nos da una explicación menos científica y no menos interesante. Si bien en su sistema filosófico no hay explicaciones termodinámicas, sí que utiliza analogías que nos acercan a esta.

Mainländer encuentra una interpretación medinamanete satisfactoria en la doctrina schopenhaueriana, pero decide ir más allá. Si para Schopenhauer la voluntad se presenta en el mundo como voluntad de vivir, para el reino orgánico; y como voluntad de ser para el inorgánico, para Mainländer esto no será así, sino que todo, absolutamente todo, estará regido por una voluntad de no-ser: existe una tendencia hacia la aniquilación total de los cuerpos, una tendencia hacia la nada. De aquí se originan diversas interpretaciones pesimistas de la existencia humana.

El gas tiene solo una aspiración: expandirse hacia todos lados. Si pudiese realizar esta aspiración sin obstáculo, no se exterminaría, pero se debilitaría cada vez más, se aproximaría cada vez más a la aniquiliación; no obstante jamás la alcanzaría. El gas aspira a la aniquilación, pero no puede alcanzarla. [1]

Mainländer, de esta forma, asume que un sistema gaseoso, al esparcirse cada vez más, se debilitaría constantemente hasta alcanzar un estado aproximado a la aniquilación, pero por principios físicos, evidentemente, no se exterminaría (principio de conservación de la masa). Y esto no es menos cierto, pues si un gas es arrojado a un recipiente, este buscará una configuración donde prime un estado de mayor probabilidad, pues su aspiración es expandirse hacia todos los lados, en palabras de Mainländer.

La entropía es la manifestación física de la tendencia de la voluntad

¿Pero por qué esta tendencia se da en el universo? ¿Por qué no podría ser de otra forma? Batz, metafóricamente, nos habla de un "Dios" que se autoaniquiló  y, consecuentemente, se disgregó por todo el espacio. De esta manera, la vida tal y cual como la conocemos, es producto de esta disgregación de partículas que, al combinarse unas con otras, originaron distintas estructuras: estrellas, planetas, etc. Este "Dios" puede ser fácilmente cualquier fenómeno físico que ya ha sido teorizado científicamente (quizá un tanto analógico a la teoría de Hubble). Por lo tanto, somos producto de una unidad primigenia que, al darse muerte por sí misma, pasó a la multiplicidad, al caos, a un aumento entrópico. Esta unidad primigenia no pudo autoaniquilarse de forma inmediata, sino de manera mediata, por lo que su muerte aún está en proceso, esto es, las partículas aún están en expansión hacia la aniquilación, hacia la nada, por lo que todo fenómeno universal —como la vida misma— está regido por una tendencia hacia el no-ser

Ciertamente, esta postura es antagónica a la filosofía de Schopenhauer. Para este último, la tendencia de las cosas (inorgánicas y orgánicas) va dirigida hacia la preservación: desde un átomo cualquiera, hasta un organismo complejo. La voluntad (la cosa-en-sí para Schopenhauer) busca objetivarse a través de la materia al ser puro instinto de ser, esto quiere decir que, tanto lo inorgánico como lo orgánico son solo representaciones de esta voluntad que siempre prefiere el ser al no-ser. En el ser humano, por ejemplo, esta voluntad quiere seguir materializándose a través de la procreación: a través del engendramiento de nuevos individuos. 

Mainländer, si bien no opondrá resistencia al hecho de que existe una voluntad universal que mueve todo, aducirá que la tendencia de esta voluntad no es hacia el ser, sino hacia el no-ser. No obstante, no pasa por desapercibido que la voluntad, que tiende hacia el no-ser, no se presenta de la misma forma en el reino inorgánico que en el orgánico. Esencialmente, está en los dos reinos, pero en el reino orgánico, la voluntad de vivir se impone —aparentemente— a la voluntad de morir, pues argumentará que la vida es el medio para que la voluntad de morir alcance su fin: el no ser. 

Sin embargo, el animal es, además, unión de voluntd y espíritu (en un determinado nivel). La voluntad se ha dividido parcialmente y cada parte tiene movimiento propio y disociado del resto. Por este medio es modificada su vida vegetal. [...] El animal quiere, en lo más profundo de su ser, la aniquilación y, sin embargo, le teme a la muerte en virtud, pues la muerte es condición, dado que el objeto peligroso tiene que ser percibido de alguna forma. [2]

El espíritu del animal del que habla Mainländer, no es sino el instinto de preservación que tiene todo ser vivo: el animal se aferra a la vida como medio para la muerte. En últimas, la voluntad de morir define el trayecto de todo ser vivo. En lo concerniente al ser humano, Mainländer agrega un tercer elemento: la razón. Esta hace que el ser humano se diferencie de los demás animales: es el único animal que puede morir de manera absoluta queriendo y desando la muerte —a través de la virginidad y, posterior a ello, el suicidio—. 

La razón hace que el miedo a la muerte sea acrecentado; el animal, a pesar de que también teme morir, teme solo por una cuestión instintiva, mientras que el ser humano lo hace de manera no solo instintiva, sino también racional, pues conoce más factores llenos de goce y diversión —fama, poder, etc.— que no quiere perder. Pero el espíritu del pensador más vehemente puede identificar, en su profundidad reflexiva, la voluntad de no-ser y, posterior a ello, "arde el anhelo de morir y, sin vacilación, la voluntad se apodera con entusiasmo moral del mejor medio para la meta reconocida: la virginidad". 

Hasta aquí, es preciso concluir que en toda forma de existencia, tanto inorgánica como orgánica, la voluntad de morir es la esencia de todo movimiento universal, pero se presenta de distintas formas en el reino inorgánico y en el orgánico, sin embargo, llegan siempre al mismo fin: la muerte, la nada, la disgregación de partículas que aumentan la entropía del universo hasta que este pueda alcanzar la aniquilación absoluta de ese ser primigenio. 

Somos, así, un complejo de pequeñas partículas que tuvieron su origen en la disgregación de la unidad precósmica: pasamos de la unidad simple a la multiplicidad, multiplicidad que está en constante movimiento hacia la nada. En palabras de Mainländer: 

El universo es un acto unitario de una unidad simple que no es más, y permanece por eso en una conexión dinámica insoluble, a partir de la cual surge un movimiento unitario: es el movimiento hacia la aniquilación completa, el movimiento del ser al no ser. [3]

 Ahora, existe un punto de encuentro en el que, tanto como Schopenhauer y Mainländer, llegan a la misma conclusión desde dos enfoques distintos (uno aboga por la voluntad de vivir, mientras que el otro por la voluntad de morir). 

En un artículo pasado ya abarqué el tema, sin embargo, conviene aquí citar nuevamente aquello que nos dice Schopenhauer sobre un estado ideal de la civilización, tema que también abordó Mainländer. 

Pero si todos los deseos se viesen colmados apenas se formulan, ¿con qué se llenaría la vida humana?, ¿en qué se emplearía  el tiempo? Pongan a la humanidad en el país de Jauja, donde todo creciera  por sí mismo, donde volasen  asadas las alondras al alcance de la mano, donde cada uno encontrara al momento a su amada y la consiguiese sin dificultad, y entonces se vería  a los hombres morir de aburrimiento o ahorcarse: a otros reñir, degollarse, asesinarse y causarse mayores sufrimientos de los que ahora  les impone la naturaleza. [4]

La existencia es siempre movimiento de algo: en esto concuerdan Marx, Schopenhauer y Mainländer. Todo tiende hacia un estado ideal. Los gases tienden hacia la expansión, los fluidos tienen un "afán de desbordamiento, en forma horizontal y en todas las direcciones, hacia un punto ideal fuera de él", etc., etc. Una vez la humanidad llegue a su estado ideal, esta tenderá a la aniquilación completa, puesto que la voluntad de no-ser imperará de la forma más transparente posible.

El movimiento de la humanidad hacia el Estado ideal es un hecho: sólo se requiere una breve reflexión para comprender que jamás puede producirse un estancamiento ni en la vida del todo ni en la de las partes. El movimiento debe ser uno infatigable, hasta donde no se pueda en absoluto hablar más de vida. En consecuencia, si la humanidad se encuentra en el Estado ideal, no puede entrar en reposo. Pero entonces, ¿hacia dónde puede aún moverse? Le resta un único movimiento: el movimiento hacia el exterminio absoluto, el movimiento del ser hacia el no ser. [5]
 Vemos que, tanto en las palabras de Schopenhauer como en las de su discípulo, el estado ideal de la civilización conducirá, inevitablemente, al hastío, aburrimiento y asesinatos colectivos, es decir, hacia la extirmación, hacia la nada. 

Mi filosofía abarca más allá del Estado ideal, del comunismo y del amor libre, e instruye, tras una humanidad libre y sin sufrimiento, la muerte de ella. [...] Nadie puede determinar de qué forma el sacrificio será llevado a cabo: puede descansar en una resolución moral general, que es ejecutada de inmediato, o puede dejarse la consumación en manos de la naturaleza. [6]

Esta "resolución moral general", podría traducirse fácilmente en políticas destinadas a promover el suicidio colectivo.  

Si toda forma de movimiento se dirige hacia la nada  y, la vida es una forma de movimiento, se hace preferible la redención que el estiramiento innecesario de la existencia. 

—Creo que lo honorable que nuestra especie puede hacer es negar nuestra programación, dejar de reproducirnos: caminar de la mano hacia la extinción. Una última media noche, hermanos y hermanas escapando de un mal negocio.

—¿Y cuál es el punto de levantarse por la mañana?

—Me digo que seré testigo, pero la verdadera respuesta es que es, obviamente, mi programación y no tengo la constitución para el suicidio (voluntad de morir que aparenta ser voluntad de vivir).  



Referencias:

[1] Mainländer, Philipp. Filosofía de la Redención (Antología). Calato Ediciones/Wilmer Skepsis, 2019, p. 36.

[2] Ibid., p. 40.

[3] Ibid., p. 48.

[4] Arthur Schopenhauer. El amor, las mujeres y la muerte. Traducción de A. López White

[5] Mainländer, Óp. cit., p. 64.

[6] Ibid., p. 64.


Comentarios

  1. La expresión filosófica de Mainländer sin duda es muy verídica en cuanto continuación de una discusión acerca de la Voluntad. Al cambiar los papeles a la voluntad de ser a no-ser, ya este pensador realiza una hazaña única en esta discusión.
    Sin embargo, hijo de la miseria, el suicidio estuvo siempre en la nuca de Mainländer. De ahí que se intérprete con Nietzsche que: "toda Filosofía se reduce siempre a las anotaciones personales del autor". ¿Se inválida? Claramente no. Pero su metafísica es tan rebuscada que parece que llevase la discusión de forma obligada a lo que su interior, y el de sus hermanos, decía: "mátate"

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