No hay razón universal que fundamente todo aquello que existe, sea inanimado o animado, pero... ¿no seríamos nosotros muy ambiciosos en exigir un motivo o una ley universal que se tenga que aceptar? ¿Acaso no es más interesante la vida por el hecho de ser impredecible y reproducir sucesos insospechados? ¿Si tuviésemos alguna razón u objetivo universal, no estaríamos, entonces, determinados? Seguramente, sobrarían argumentos para quejarnos de semejante suplicio. Pero la impredecibilidad no nos hace menos quebrantados ni nos brinda garantías de ser menos desgraciados: diría que en los dos episodios nuestra desdicha sería la misma. Buscamos subterfugios: los encontramos en ideas, en banalidades, en creaciones culturales que pretenden justificar cada segundo, cada variación de esta pesada sensación nihilista. Huimos de nuestra desesperación por medio de las instituciones, de la academia, de la lectura, de las conversaciones inanes, de las salidas con amigos, de los fines de semana, de...
Ni el más nihilista de todos los hombres puede quedarse callado frente a las injusticias del capital. Es preciso posicionarse y mantener el horizonte; el problema de la nada lo abordamos de último. La guerra popular continuará mientras exista hambre.